EL ENTORNO RURAL

La Masía Catalana "Mas Roig"

 

La masía, aislada y dispersa, es, en Catalunya, la unidad esencial de explotación agrícola. Lo fundamental para la instalación de cualquier explotación en el agro, incluso en cualquier tipo de asentamiento, es el acceso al agua. Desde que se tiene noticia, es decir, desde que la Arqueología ha puesto al descubierto asentamientos de pueblos prerromanos, se sabe que todos, sin excepción, tenían cerca un río más o menos grande o un manantial. Con el transcurrir de los siglos, por ejemplo en las repoblaciones de la Edad Media, se siguió teniendo en cuenta la proximidad del agua, pero, si no era posible tenerla en superficie, se extraía del subsuelo.

Con el paso del tiempo, cualquier explotación agrícola que tuviera exceso de producción y necesitara sacar esos productos, como es el caso de las masías a partir de la dedicación de las tierras casi al monocultivo de la uva y el aceite, se convirtió en una necesidad que las explotaciones estuvieran cerca de las vías de comunicación, ya fuera tren, caminos o carreteras.

En el caso de las masías, además de la vivienda para los propietarios (si son ellos los encargados de trabajar las tierras), la de los masoveros (si son éstos las que la trabajan y los dueños administran desde la capital y sólo aparecen de vez en cuando), se levantan tantos edificios como sean necesarios, siempre según la importancia del mas.

La masía es una explotación familiar, en ocasiones trabajada en aparcería, con una extensión que nunca es inferior a las diez hectáreas, rodeada de tierras de secano donde abundan los pastos y algo de bosque.

Esta forma de explotación agrícola catalana se ha transmitido, tradicionalmente, íntegra, al hijo mayor –hereu- y en caso de no haber varón, a la hija –pubilla-, algo sensato y que ha evitado que sucediera lo que en Castilla, donde la constante división de la tierra llevó a una situación de minifundismo tal, que fue necesario acometer, a partir de mediados del siglo XX, una concentración parcelaria inevitablemente contestada por los propios agricultores en muchas ocasiones. Eso no quiere decir que el resto de hijos quedaran desheredados, algo imposible en la Ley Catalana, pero a ellos, o bien se les entregaba otros negocios que pudiera tener la familia, o unas fincas apartadas de la propia masía, o bien, si la familia era pudiente, se les daba carrera. Ya en nuestro libro “Una mirada sobre el Tarragonés”, decíamos que nos habían informado de cómo los segundones de las casas, herederos de unas viñas a la orilla del mar, se convirtieron en ricos de la noche a la mañana gracias al boom turístico, mientras los propietarios de las masías debían trabajar duro viendo como sus productos bajaban de precio con machacona insistencia, debiendo algunos abandonar las casas. Hecho este que recoge también Francesc González Ledesma, en su guía titulada “Baix Penedès”.

También decíamos en el libro mencionado que las masías podrían tener su antecedente en las villas romanas, tan abundantes en Catalunya. Con sólo recorrer las ruinas de cualquiera de ellas –«Els Munts», en Altafulla, por ejemplo- se puede comprobar la similitud entre aquellas pretéritas explotaciones y las de la actualidad: edificación central, edificaciones anejas para los animales, silos para el almacenamiento de los productos, conducciones de agua, y todo ello rodeado de unos cultivos mediterráneos que se han mantenido inalterables desde antes de la época romana.

El recuerdo más directo que los autores de este pequeño trabajo tenían de una masía, era el de una ubicada en el El Bruc donde acudieron a comprar, durante los veranos que pasaron en una casa de los alrededores, todo lo necesario. Aquella masía de la que no recordamos el nombre, se transmitió a l’hereu, muerto prematuramente sin haber tenido hijos, por lo que la segunda se convirtió automáticamente en la pubilla y encargada de administrar la finca, conviviendo con la viuda de su hermano, la cual, hay que decirlo, mantenía un constante disgusto por el hecho de haberse convertido, a la muerte del marido y ante la carencia de hijos, en una criada más. Era la viuda la que nos acompañaba a coger los tomates de la mata, a elegir la fruta madura, a escoger las patatas, las zanahorias, las verduras, era a ella a quien había que encargarle unos pollos o unos conejos para el día siguiente, la que nos escogía los huevos más gordos, era, en fin, una masía cerrada, es decir, una explotación donde se cultivaba de todo, aunque en especial aceite.

El otro contacto con una masía ha sido reciente y literario, la que Emili Teixidor describe en su impagable “Pa negre” y que estuvo, o está todavía, en la comarca de Vic.

Un día del mes de abril de 2005 tuvimos ocasión de visitar la del señor Francesc Solé, de nombre Mas Roig, ubicada en el término de Banyeres del Penedès, en plena comarca vinatera, con denominación de origen, por lo que se comprenderá que la producción sea, básicamente, la de uva.

A Mas Roig se accede por una carretera frente a Saifores, pequeño núcleo urbano perteneciente a Banyeres, de una belleza rural y a la vez noble, pues no en vano fueron tierras del conde del Asalto y sus descendientes. Pasa por el mas la riera de Sant Miquel, y muy cerca está la ermita del mismo nombre que la riera, en cuyos alrededores, y con ocasión de unas obras públicas, aparecieron restos ibéricos que algunos prehistoriadores indican pudieran pertenecer a asentamientos ibéricos, y más concretamente a los del pueblo cossetano.

El mas fue adquirido por el abuelo del actual propietario en el año 1932, por lo que Francesc Solé es el tercer propietario de la misma. Nada más atravesar la gran puerta llama la atención una magnífica higuera plantada por el primer propietario de la familia Solé, que acoge entre las ramas una deliciosa casita infantil, hecha de madera, auténtico refugio de los niños de la casa.

SaiforesCuando el primer Solé adquirió la masía vivían en ella y cada semana acudían, en carro, a dar una vuelta por la casa de La Bisbal, de donde son oriundos. El primer señor Solé transportaba, también en carro, el vino hasta Barcelona. Entonces, y durante muchos años, esa explotación producía productos de huerta, vacuno para carne y leche, ovino, gallinas, además de la viña y el olivo, en fin, para las necesidades de la familia y la venta de excedentes. Los vendimiadores acudían primero de las montañas de Tarragona y más tarde de Andalucía.

Las cosas fueron cambiando. El padre del actual propietario fue Joan Solé Caralt, oriundo como toda la familia de La Bisbal, cronista de la villa y comisario de excavaciones arqueológicas, un hombre fallecido en 1960, a la edad de 49 años. Sin olvidar su masía, su condición de pagés, Joan Solé escribió varios libros y artículos, entre ellos el que tenemos ante nosotros obsequio de su Francesc, su hijo,  “La Bisbal del Penedès”, cuya segunda edición vio la luz en 1992 por la Fundació Roger de Belfort, y que comentaremos para esta web.

Después le llegó el turno, por hereu, a Francesc Solé. Él edificó de nueva planta la hermosa casa ubicada a la entrada de la explotación y, junto a ese edificio, levantó otro, dedicado a bodegas con capacidad para seiscientos mil litros de vino, pero que ya no utiliza él personalmente y las tiene alquiladas a la cooperativa de Albinyana desde hace seis años, cuando él dejó de elaborar y embotellar vino.

El Mas Roig es en la actualidad una explotación moderna de 40 hectáreas, dedicadas casi en su totalidad a la viña de la variedad charelo, aunque entre las viñas dan fruto unos cien olivos, y que cuenta con la maquinaria necesaria, entre ella cuatro tractores. Ya no vienen vendimiadores de Andalucía, pues se vendimia a máquina a fin de abaratar los costes, algo necesario para salir adelante si se tiene en cuenta que la uva ha bajado, según las variedades, más del cien por cien, y en el caso concreto de la tempranillo el 75%, y del cavernet-sauvignon el 65´7% en cuatro años, desde el 1999 al 2003.

Cuando le preguntamos por el futuro de la masía, lo primero que el señor Solé nos comenta es que ya la siguiente generación no está interesada en trabajar el campo, lo que hace necesario los dos empleados fijos que trabajan las tierras. A este hecho no es ajeno la bajada constante de los precios, sobre todo de la uva.

El señor Solé afirma que no quiere subvenciones, quiere que le paguen el precio justo. No es el único pagés que se queja de los intermediarios, en cualquier tipo de cultivo, que son los que verdaderamente, y sin arriesgar casi nada, se enriquecen a costa del productor y del consumidor. Nosotros, en cambio, pensamos que, al igual que se está haciendo en Castilla, los cultivos catalanes, y en especial las masías que todavía perviven, deben ser protegidas y subvencionadas, después, naturalmente, de que los productos alcancen el precio justo, como algo añadido, y no como una engañifla más, que presenta la subvención como complemento de unos precios bajísimos, y que pretenden, como casi todo lo que hacen los políticos, conseguir el agradecimiento de los agricultores por algo que en justicia les corresponde.

Como curiosidad diremos que en el interior de las tierras se encuentra un pequeñísimo edificio pintado de blanco, ermita levantada en honor de Sant Roc, patrón de los apestados, cuyo culto se extendió por toda España a raíz de las epidemias de peste que asolaron las villas y aldeas.

© Isabel Goig Soler e Israel Lahoz
https://tarragona-goig.org

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© Isabel Goig, Israel Lahoz y Luisa Goig, 2005