El AVE en el Tarragonès

 

Lo habitual es que cuando se cierra una línea ferroviaria, más pronto o más tarde, esta sea desmantelada, se levanten los carriles y el tren pase a ser un recuerdo para nostálgicos de este medio de transporte. Como mucho, el antiguo trazado por donde antes circulaban las locomotoras arrastrando coches de viajeros o vagones de mercancías, se convierte en algunos casos en una vía verde que disfrutan caminantes y ciclistas; en otros, la maleza ocupa lo que antes eran vías sin dejar ningún vestigio del ferrocarril.

Afortunadamente, cual Ave Fénix, en alguna ocasión los trenes renacen de sus propias cenizas y transformados en su aspecto vuelven a recorrer el terreno por el que antaño circulaban sus humeantes predecesores. Esto es lo que ha sucedido en la comarca del Tarragonés, donde en buena parte de lo que fue la antigua vía de Reus a Roda de Bará circulan hoy en día los modernos trenes de Alta Velocidad.

En aras de eso que llamamos progreso, personalmente dudo si en algunos casos vale la pena, no han sido sólo los trenes quienes han cambiado su imagen, también el paisaje ha sufrido una transformación importante.

Los campos en otro tiempo plagados de olivos, avellanos, viña y almendros hoy, en buena parte, dan cobijo a polígonos industriales y a empresas petroquímicas. Llaman la atención estas últimas que, con sus enormes chimeneas, alternan las emanaciones de humo con vivas llamaradas dirigidas a la tan maltratada capa de ozono.

Otro aspecto cuando menos singular de este tipo de industrias es su visión nocturna; miles (creo que no exagero si digo algún millón) de bombillas ofrecen la estampa de lo que mi imaginación me dice bien podría ser una ciudad espacial.

Pero no todo lo moderno es malo e incluso, muchas veces, aunque estoy seguro de que hay otras opiniones, yo diría que se integra en el paisaje como si ese hubiese sido siempre su lugar natural. Me estoy refiriendo a la nueva estación de Camp de Tarragona, nido del que, en vuelo rasante y a velocidad impensable para los pioneros del ferrocarril, los trenes Ave traen y llevan pasajeros que, como siempre (eso no cambia con la velocidad) persiguen sueños, ilusiones, trabajo o nuevos horizontes que descubrir.

La estación, situada en plena naturaleza, es funcional, luminosa y bella en su conjunto. Las grandes superficies acristaladas permiten que la luz del sol inunde todas las dependencias, dando una gran calidez a todo el edificio. El pasajero, visitante o simplemente curioso que accede al mismo, no tiene ningún problema en localizar las zonas de servicios propiamente ferroviario y tampoco la zona comercial.

Un amplio vestíbulo, a la izquierda del cual están los ascensores de acceso a las dos plantas de parking, da paso a un gran pasillo central. En éste, a la derecha, se sitúan las dependencias de venta de billetes y atención al cliente de ADIF (empresa propietaria, responsable de la gestión de la estación) y RENFE OPERADORA (propietaria de los únicos trenes que por el momento prestan servicio de viajeros) y a la izquierda los locales comerciales que se ofrecen a los clientes sin ningún tipo de barrera que los oculte.

Un edificio pensado para ofrecer servicios no sería nada sin personas que le diesen vida y también en esta faceta, Camp de Tarragona, es un ejemplo por la calidad profesional y humana que se percibe en los profesionales que allí trabajan. Como norma general –siempre puede haber alguna excepción- todo el personal se esmera en que las expectativas del Cliente se cumplan al máximo.

Al frente de la estación dos Supervisores Comerciales dirigen un equipo formado en su mayoría por mujeres, dispuestas a regalar siempre una sonrisa, que son la cara y la voz de la estación. Como la de los clientes, la procedencia de los empleados es diversa, por ese motivo aunque por la megafonía se emiten los mensajes en perfecto catalán y castellano, en alguna ocasión, las voces que oímos evocan aires de tango y milonga o nos traen acentos de las vecinas tierras del Ebro.

El granito del suelo del vestíbulo y pasarela de acceso a andenes es de un color negro brillante cosa que dificulta su mantenimiento; a pesar de ello su aspecto habitual es reluciente, al igual que lo es el del resto de instalaciones, lo que habla muy bien de la eficiencia del servicio de limpieza.

Para estar al día o entretener el tiempo de viaje, los viajeros pueden adquirir prensa, libros y regalos, además de productos típicos de la zona en la recién estrenada librería. La cafetería, con una magnifica terraza, permite disfrutar de un refrigerio al que la proximidad del bosque aporta calma y tranquilidad.

No sé qué tipo de edificio habría diseñado mi admirado Jujol, el insigne arquitecto tarragonés -del cual no conozco más relación con el ferrocarril que el aprovechamiento del carbón de las locomotoras para hacer tochos destinados al santuario de la Mare de Deu de Montserrat en Montferri, o la proximidad de otra de sus obras cumbres, la Torre Gibert, a la estación de Sant Joan Despí- pero en todo caso la estación del Camp de Tarragona en un buen lugar para acercarse a conocer su obra, presente en varios de los pueblos vecinos.

En la comarca del Tarragonés y en toda la provincia de Tarragona hay mil y un lugares dignos de ser visitados.

Monasterios, castillos, playas, paisajes rurales, etc. están ahora más cerca con el tren de alta velocidad. Para informarse de estas cuestiones los viajeros que llegan a la estación disponen, en la misma, de una oficina del Patronato de Turismo de Tarragona.

Al final del viaje es necesario reponer las fuerzas y también para eso estamos en la zona adecuada; en un extremo y otro de la provincia hay restaurantes con buena cocina, dos ejemplos de ello pueden ser, uno, Can Joan en la Vilella Baixa (Priorato) y el otro Ca Vidal, en Perafort, cercano a la estación de Camp de Tarragona, lugar al que han acudido para pasar un buen rato -porque no todo tiene que ser trabajo- estos amantes del tren y de la buena mesa.

© Matías Ortega Carmona

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©Isabel y Luisa Goig e Israel Lahoz, 2002